SALVEMOS LA CASA DE ANIBAL TROILO
Patrimonio cultural de la Ciudad

http://www.lanacion.com.ar/96/10/23/S01.HTM
LA NACION | 23.10.1996 | Página | Espectáculos

Pichuco, un tanguero de su casa
El gobierno de la ciudad de Buenos Aires analiza la posibilidad de recuperar la vieja casa de Aníbal Troilo de la calle Soler al 3200 para incorporarlo al patrimonio cultural de los porteños.


Las negociaciones son, por ahora, reservadas: el gobierno de la ciudad de Buenos Aires ha iniciado gestiones tendientes a recuperar, como un bien perteneciente al patrimonio cultural de la ciudad, la casa de Aníbal Troilo, Soler 3280. La iniciativa, al igual que en el caso del Café de los Angelitos, partió del propio Fernando de la Rúa, al comenzar su gestión. Instruyó en tal sentido a los funcionarios del área de Cultura.

El subsecretario Jorge Cremonte lo tomó con entusiasmo, en un doble sentido, como funcionario y como tanguero.

Conocida es su inclinación por la música clásica y su adicción al Colón, pero no muchos saben de su otro amor, el tango. Sobre su escritorio hay una voluminosa carpeta con los antecedentes, planos, títulos y demás aspectos vinculados con la idea de recuperar y preservar esa casona.

Su actual propietaria, María Cristina Troilo, sobrina de "Pichuco", hija de su hermano Marcos, recibió con interés la iniciativa comunal. Cuando conversó con los funcionarios, dijo que ponía un par de condiciones, la más importante, que no tiene dónde vivir, salvo ese lugar.

El relevamiento, estudio de títulos y factibilidad está terminado. Ahora falta la decisión oficial y, especialmente, los recursos, por demás escasos en las arcas municipales.

Un poco de historia

En esa casa vivieron Felisa Bagnolo y Aníbal Carmelo Troilo, padres del talentoso músico. Allí nació Marcos, el hermano mayor y allí también falleció su pequeña hermana, Concepción, lo que determinó que el matrimonio Troilo decidiera alquilar otra vivienda, en Cabrera 2937, donde poco después nació Aníbal "Pichuco" Troilo, el 11 de julio de 1914.

Muerto el padre en 1922, la familia volvió a su propiedad. Una vez el autor de "Sur" dijo: "Yo nací en una casa de Cabrera 2937, pero mi casa fue la de Soler 3280".

En parte del informe que en los próximos días leerá De la Rúa, se dice lo siguiente: "Es esta condición de figura clave en la mitología porteña de «Pichuco», y la gran cantidad de referencias a la casa en la que transcurrió su infancia y juventud, y al barrio, inmortalizados ambos en poesías de tango, reportajes y crónicas de época, la que le confiere alto valor histórico cultural al bien".

En las conclusiones, el peritaje consigna: "En virtud de la entrevista realizada, la valoración efectuada y la normativa vigente, puede concluirse que la casa que fue de Aníbal Troilo, la documentación y objetos que se encuentran en ella y los edificios de Gallo y Soler descriptos merecen todos los esfuerzos que pueda hacer el gobierno de la ciudad de Buenos Aires para conservarlos como testimonio de la vida de uno de sus músicos más importantes".

De sus músicos más importantes, dice el informe, a lo que se le podría añadir otras cosas.

Tal vez junto con Gardel, es Troilo el mayor mito porteño dentro del universo tanguero. Al reconocimiento colectivo sobre su música debe añadirse el profundo afecto que siempre generó.

"El bandoneón mayor de Buenos Aires", "El gordo triste" y otros apodos sucumbieron ante el simple, categórico, unánime y cariñoso "Pichuco".

Que la ciudad se acuerde de una de las principales figuras musicales populares, que dio siempre más de lo que ocasionalmente pudo pedir, es por los menos justo.

Para eso, tal vez convenga comenzar a pensar que no todo debe quedar supeditado a la iniciativa oficial. Hay entidades, empresas, fundaciones y personas en condiciones de hacer aportes para la preservación de bienes históricos y culturales.

En este caso concreto, puede ser una forma de agradecimiento por "Sur", "María", "Responso", "Che Bandoneón", "La última curda", "Garúa", "Una canción", "La Cantina"..., y para qué seguir.

Raúl Ivancovich

Troilo, sinónimo de porteñidad
"Mi viejo era carnicero y murió cuando yo tenía ocho años... A los diez, el fueye me atraía tanto como una pelota de fútbol. Jugaba de centrojás en el Regional Palermo. La vieja se hizo rogar un poco, pero al final me dio el gusto y tuve mi primer bandoneón: diez pesos por mes en catorce cuotas. Y desde entonces nunca me separé de él.

Es el mismo instrumento con el que toqué esta noche." La voz áspera, mansa y fatigada de Aníbal Troilo trazó melancólicos arabescos en la serena noche serrana y bordeó cadenciosamente el rumor de los grillos y la brisa. Era el verano de 1965 y Pichuco acababa de ofrecer, en el Primer Festival Nacional del Tango, en La Falda, una clase magistral de su sensibilidad tanguera.

Había sido ovacionado por unas doce mil personas y ahora, en un bar de la avenida Edén, junto a un vaso de cerveza, entrecerraba los ojos -como en su solo de Quejas del bandoneón- y remontaba recuerdos de infancia, a cada rato vinculados con su casa de la calle Soler, en la que su madre, doña Felisa, moriría un año y medio después.

Ahí a su lado, mimándolo con gestos leves, estaba Zita (la griega Ida Calachi, su mujer), para quien Troilo no era Pichuco sino Pocholito, "un porteño apacible, bien de barrio, muy emotivo y quizá por eso demasiado generoso".

Era, es cierto, hombre de rabietas pasajeras, como la que le originó Antonio Rodríguez Lesende, el cantor que había elegido cuando decidió integrar su propia orquesta, en 1937: "Ya estaba todo arreglado, debutaríamos en el Marabú el 1° de julio, y unos días antes me dice que prefiere actuar con Julio De Caro. Me agarré flor de berrinche, imaginate. Debí recurrir a un suplente, un muchacho que me gustaba bastante, Francisco Fiorentino."

Nombres insignes

Desde entonces, las sucesivas formaciones orquestales de Troilo no sólo incorporaron a cantores insignes (Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche, Elba Berón, Nelly Vázquez) sino a instrumentistas prestigiosos, auténticos paradigmas del género: los pianistas Orlando Goñi, José Basso, Carlos Figari y Osvaldo Berlingieri; los bandoneonistas Astor Piazzolla, Ernesto Baffa y Raúl Garello; los violinistas Hugo Baralis, Salvador Farace y Juan Alzina; el cellista José Bragato... Como siempre sucede, los artistas que logran aquerenciarse en el espíritu ciudadano son humildes de alma, desdeñan los oropeles del éxito y disfrutan el regocijo que sólo proporcionan -diría Serrat- esas pequeñas cosas.

Remolón, parsimonioso, fiaca confeso, Troilo se volvía frenético cuando lo asaltaba la inspiración o cuando sus kilos de más y la jaula sobre sus rodillas conjugaban un solo cuerpo de pasión tanguera. Esa fiebre lo atacó durante la madrugada del 4 de mayo de 1951, cuando compuso el conmovedor Responso en homenaje a su amigo Homero Manzi, cuyos restos, en esos mismos momentos, estaban siendo velados en la sede de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores.

Víctima de un derrame cerebral y de sucesivos paros cardíacos, Pichuco murió el 19 de mayo de 1975 en el Hospital Italiano, pero aún hoy su recuerdo promueve un reverencial sentimiento de porteñidad. Y debe verse como una feliz iniciativa que esos ladrillos de la calle Soler contribuyan a proteger la memoria de su duende y la magia de su son.

A domicilio

La casa de Pichuco de Soler 3280 tiene una superficie cubierta de 84,60 metros cuadrados en la planta baja y 9,97 en el piso alto. Se desconoce su antigüedad, ya que fue adquirida por la familia Troilo, ya construida, el 24 de junio de 1926. Originariamente contaba con tres habitaciones principales y una más pequeña, de servicio, un baño y una cocina desarrollada en la planta baja alrededor de un patio (¿fuente de inspiración para su nostálgico "Patio mío"?).

Nunca cumplida

Una ordenanza de la concejala Inés Pérez Suárez, del 6 de septiembre de 1993, originó el decreto del 28 de octubre del mismo año, por el que se declaró de interés municipal al inmueble y se dispuso la colocación de una placa por parte del Ejecutivo comunal. Esta disposición nunca se cumplió.

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Un pedazo de Troilo, allá en Palermo

Hace pocos meses, como si se tratara de una operación más del mercado inmobiliario, se puso en venta la casa de la calle Soler 3280 de esta Capital. Su moradora, María Cristina Troilo, sobrina del recordado Aníbal Troilo, no cuenta con los recursos para la mantención del inmueble, por lo que "con dolor", según relatara, decidió desprenderse del mismo.

En esa casa del barrio de Palermo, "Pichuco" dio los primeros pasos de su romance con el bandoneón. Una placa en la fachada da testimonio de ello: "Aquí vivió junto a su madre, doña Felisa, el Bandoneón Mayor de Buenos Aires". En la ciudad de los años '20, mientras el país adquiría sus contornos definitivos, quien sería luego uno de los númenes mayores de la leyenda tanguera, jugaba al fútbol con sus amigos de la cuadra y recibía las primeras lecciones de bandoneón de su maestro Juan Amendolero.
El pibe Aníbal Troilo vivía en esa casa hoy en venta cuando, con apenas 10 años, se presentó en un cine de barrio, como para corroborar aquello que luego narraría en cada reportaje: "Yo creo que empecé a hacer música cuando nací . . . " Casi una verdad absoluta: tenía apenas 16 años cuando compuso "Medianoche", con letra de otro creador de Buenos Aires, don Héctor Gagliardi, el poeta de las pinceladas porteñas y de los sentires comunes.

A los 23 años, Troilo fundó una orquesta que no sólo iba a convertirse en institución fundamental del arte musical porteño, sino que también impulsaría al tango a cumbres de popularidad en las que se mantuvo por varias décadas. El tango, esa genial creación del alma popular rioplatense, le debe a "Pichuco" y a la impronta de su bandoneón, el rumbo de la innovación y la audacia transgresora que antes no habían conseguido transferirle ni los violines, ni el piano, ni la guitarra. El "Gordo Pichuco", con su bandoneón y su inspiración en el pentagrama, escribió uno de los mejores capítulos de la música popular de Buenos Aires, junto a poetas que también forman parte insustituible de nuestra cultura popular, como Homero Manzi y Cátulo Castillo, entre los más notables. De la mágica conjunción entre ellos nacieron "Sur", "Barrio de tango", "A Discepolín", "Che bandoneón", "María", "La última curda", "A Homero" y piezas instrumentales notables como "Responso", "La trampera" y "Milonguero triste", entre otras.

Ya transformado en ese famoso y mítico personaje de Buenos Aires, Troilo contó alguna vez que escuchaba con frecuencia la voz de un chico, el de la carbonería de la esquina de su casa de pibe, que le reclamaba la fidelidad al origen, susurrándole por los pasillos fantasmales de la memoria: "Gordo, quedate aquí". Esa evocación era una metáfora perfecta, una demanda urgente para que el creador no desertara del círculo mágico del barrio, del patio natal, del cantero donde había echado su primera raíz y desde donde se adentraría con los años y la magia de su fueye en el campo de los amores fértiles que ocupan los genuinos ídolos nacionales.

Quienes todavía rendimos tributo al barrio como cuna y a la infancia como patria primera del hombre, nos permitimos cada tanto ese viaje mágico a las calles pioneras de nuestra vida, donde reviven las travesuras del pasado y la pelota de trapo todavía corcovea despareja en la canchita de los recuerdos. Sabemos junto a Lord Acton que la nostalgia es el más noble de todos los dolores humanos.

Algunos porteños sensibles de la zona de Palermo todavía son capaces de evocar aquellos lejanos días en los cuales el Gordo Troilo se sentaba en ese patio a tocar el bandoneón con la puerta abierta, ofreciendo melodías a la gente y amistad al barrio, mientras los vecinos se asomaban para verlo, como quien mira algún personaje de esos alcanzados por el óleo sagrado de los artistas trascendentes.
Troilo murió el 18 de mayo de 1975. Fui uno más en la multitud de consternados porteños que le rindió el homenaje impostergable del último adiós: ese día los cafés de la legendaria Corrientes se quedaron sin sus duendes, el tango se sintió herido y el bandoneón huérfano de toda ternura, solo y mudo, sin la mueca inconfundible de su talento creador. Es seguro que alguna lágrima furtiva habrá escapado de las paredes de la calle Soler. Unas horas antes, en su última actuación en el Teatro Odeón, se había despedido como si supiera que se iba para siempre, al agradecer la ovación del público: "Gracias, Buenos Aires... Aguantáme un cacho más".

Los argentinos a veces desoímos la emoción reivindicativa del sentimiento. Nos empecinamos en dar vueltas con indiferencia, como quien contempla horas ajenas, las páginas del libro de nuestra propia vida. Deberíamos ser más tenaces con nuestros amores y aguantar "un cacho más", como lo pedía el propio Troilo, la erosión del olvido: no ceder ante la frívola irresponsabilidad de quienes deploran la riqueza simple de las más fieles pasiones populares.

No sólo la casa de "Pichuco" está en venta. Asumamos que en esto también se nos va buena parte de nuestra identidad y de nuestras raíces, a menudo sometidas a las exigencias del cosmopolitismo, con frecuencia dominadas por el pragmatismo de los "precios" y alejadas de la verdad fundante de los "valores": esas paredes de la casa del barrio de Palermo tienen mucho de nosotros mismos, de nuestras biografías personales y de nuestra historia colectiva.

No se nos escapa que la memoria de los pueblos es indispensable para la continuidad de la cultura. De allí que un músico y creador de las nuevas generaciones, como Fito Páez, en el fondo un heredero del talento del "Gordo Troilo", haya sido uno de los primeros en movilizarse y llamar a una solidaria organización para promover la conservación del solar donde creciera "Pichuco".

La casa de la calle Soler es, por todo eso, mucho más que una unidad para el mercado inmobiliario. Es un territorio de nuestras mejores pertenencias: un corazón que bombea la sangre de la memoria porteña. Como si hubiera sabido lo que a la vuelta de los años ocurriría con ese pedazo de su infancia, el querido "Pichuco" le puso música a una poesía de Cátulo Castillo que hoy es nuestro mejor fundamento para la inquietud que nos anima: "Patio mío / donde mamá me cebaba / y el tango manso trenzaba / cada noche un desafío / Patio mío / de la ropita colgada / de la barra que silbaba / y el sabalaje bravío / Patio mío / borracho de caña fuerte / yo sé que un día lo irás / Pero venciendo a la suerte / lo iré a buscar a la muerte / para no dejarte más... Malevo, que en la esquina malherido / desangra entre ladrillos un malvón / para salvarte, patio, del olvido / lo reza su responso un bandoneón."